Desequilibrio de un paisaje ficticio

María Paulina Moncada Restrepo

del 8 al 29 de septiembre de 2021

Sala de Proyectos, Departamento de Arte

Ganadora Salón Séneca 2019

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¿Qué pasará con el florero? El sentido común lo destinará a la baldosa verde y después, a una caneca tan imaginada como el título de la exposición. La fe le permitirá una intervención divina: algún alma compadecida que lo agarrará a medio vuelo, un viento que lo arrastre de regreso a su cornisa. Pero la resolución está fuera de foco y lo estará siempre: El trasteo trata sobre una pregunta perpetua, un silencio claro, una geometría: una caída.

En El trasteo casi todo son ruinas, lo que fue o lo que será. Sobreviven tres cosas: las flechas que se escapan de la composición hacia un sitio que no podemos conocer (¿la puerta? ¿el camión de la mudanza? ¿alguien?); la libreta abandonada por ser tan poca cosa, o dejada de última por su importancia: algo tan valioso que sólo puede ir en el bolsillo. Y el florero, al borde del abismo, en medio de todo.

Si la libreta es un secreto, el florero es un acertijo. No podemos conocer a la primera, y no podemos explicar al segundo. El florero de Ozu fue visto por Deleuze como un espacio vacío, un recipiente de agua, flores, y tiempo. Pero si el japonés estaba inmovilizado, el florero de Moncada está a medio camino de su nacimiento y de su destrucción, indeterminado entre el vacío de la caída y la certeza de la mesa: como las gotas de agua que se escapan de él, su tiempo congelado también va camino al piso.

El peso de esa inclinación se siente en todo el paisaje ruinoso. Todas las flechas, menos una, se escapan en la dirección contraria del florero; los muebles, firmes composiciones cubistas, rechazan con su existencia el atrevimiento del desplome; la baldosa es alienígena, las paredes irreales. Un solo elemento arrastra a todo el cuadro a un sitio peligroso y, encima, carga el descaro del agua y el vidrio. Vida y fragilidad inanimadas entre tanta madera muerta.

Ese estado ambivalente entre el movimiento y la quietud, la catástrofe y la conformidad, el presente y lo que será, anuncia una ruptura definitiva en el hielo de la composición. Un futuro que no hemos visto todavía, pero que se entrevé en el ángulo de la caída; una inclinación silenciosa y una promesa enorme. Es decir, lo nuevo.

Texto de Simón Murillo.

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«Nos podemos preguntar: ¿La belleza es del objeto o de la imagen? Si la belleza es la característica de la percepción de la imagen que se ha sacado de un objeto, la belleza parece ser suya, no del objeto. Y aquí aparece el odioso subjetivismo. El hecho es que la imagen es forma, y forma también es el objeto del que surge la imagen.»

Registro realizado por la Oficina de Comunicaciones y Gestión Cultural, Facultad de Artes y Humanidades, Universidad de los Andes.