Fíjate en los rincones

Podría escribir que esta vez se trata de traducción también, que esta exposición de dibujo opta por expresar la provisionalidad de la memoria a partir de los elementos formales que provee un dibujo en carboncillo aplicado directamente sobre el pañete de la pared en una sala de exposiciones. Podría hacer énfasis en el recurso deliberado de desvanecimiento que queda planteado en los trazos sobre la pared. Elogiar la utilización del recurso como una herramienta que se aproxima directamente a un significado indirecto. Podría celebrar la eficacia mimética de las representaciones, la escala humana del dibujo, la poesía del calco, la sobriedad de la grisalla, el alto contraste, la omisión del resto de la arquitectura, el sfumatto logrado en los bordes, el énfasis simbólico concentrado en un referente permeable que se cierra y que se abre (una puerta). Podría hablar de resonancias, de correspondencias claras entre lo real y lo representado, de una pretensión de eco de la versión original (de la cosa). Podría hablar de un lenguaje que funcionara así como las puertas, que se cierran y se abren. Pero creo que el eco que sucede en este caso no opera así, no funciona respondiendo adecuadamente al principio de su emisión, y, más aún, se devuelve convertido casi en otra cosa. En lo que a la cuestión formal atañe, es posible afirmar que esta exposición de dibujo de Fabián Ríos apela a una serie de estrategias eminentemente formales que estructuran una narración: un dibujo preciso y pulido, un referente unívoco, una ubicación particular, una disposición definitiva dentro del espacio expositivo. Me atrevería a celebrar semejante tendencia, a puntualizar en cada detalle que se desprende de la materialidad, de la factura, de las diferentes concentraciones de carboncillo y del hecho de que estos puntos de saturación son precisa y paradójicamente los más frágiles de todo el dibujo. Esta exposición está hecha con carboncillo, una mano y quizás algún referente fotográfico (la invitación de la exposición nos da una pista de ello). Estos elementos son los únicos componentes de esta muestra, y es necesario que la manera de abordar un planteamiento semejante desde la escritura se estructure a partir de estos términos formales y no de otros. No es posible pretender empezar a especular en torno a las implicaciones con respecto a cualquier tipo de concepto, o la interacción y la validez de los dibujos desde una plataforma institucional; los dibujos hablan de puertas, de manchas, de diferentes niveles de saturación del material, hablan de contraste, hablan de dibujo.

En este punto vuelvo necesariamente sobre Walter Benjamin, vuelvo a sus afirmaciones, vuelvo a su texto “La tarea del traductor”, vuelvo al punto en el que asegura que “la misión de un traductor es rescatar ese lenguaje puro confinado en el idioma extranjero, para el idioma propio”1, para ese lenguaje que se usa, para la forma por la que se opta. Semejante ejercicio de traducción deberá tratarse siempre de una sacudida, de que un lenguaje se deje sacudir por el otro y no de que uno se imponga sobre el otro. Se trata de darle forma india, inglesa o alemana al español2 y no de españolizar en indio, el ingles o el alemán. No de pretender que un dibujo se haga puerta, sino que una puerta se haga dibujo (se abra al dibujo)3.

En los dibujos de esta exposición un sinnúmero de eventos tiene lugar. Podría hablarse incluso de unas características formales expresadas en los términos de un ejercicio de traducción, de una intencionalidad simbólica proyectada en aras de un significado preciso, de la fragilidad de una huella, de un desvanecimiento deliberado que le da lugar a la forma en la que el olvido se sobrepone a la arquitectura de una ciudad que prefiere no ser recordada. Podría hablarse de una traducción de los procesos de transformación y renovación a los que se atiene cualquier ciudad y sólo Bogotá.

Fabián Ríos recurre a unos indicios urbanos determinados a partir de (y no a través de) la forma de un dibujo, que es a la vez desenvuelto en su forma, pero desenvueltamente representativo también. Y si estos tres dibujos hablan de dibujo, lo hacen de una manera extensivamente literal. Se trata de tres dibujos en los que ‘hay traducción’, sí, en los que se franquean dos lenguajes, se pasa de un lugar al otro y se modifican en alguna medida los términos de representación. Se trata de tres dibujos en los que se generan ecos de corto alcance, porque el modo de entender se parece demasiado a lo que se entiende; el calco se parece excesivamente a la puerta y la decisión de optar por una escala 1/1 raya en un exceso de mimesis representativa (aunque al mismo tiempo le provee otro nivel de dibujo también –menos representativo–). Es preciso aclarar que me gustan más estos dibujos desde cerca, desde sus valores formales, desde sus manchas, sus líneas, borrones y sus diferentes saturaciones. Prefiero estos dibujos desde su textura y no desde los términos de su representación. No desde lejos sino desde cerca. Me basta con mirar el trazo que envuelve el carboncillo y lo adhiere con fragilidad al estuco de la pared. Este gesto es veces, con tres representaciones, en una escala 1/1 y bajo tres focos de luz.

Es difícil pronunciarse sobre este punto que concierne a la representación, pero más allá de ello, creo que en esta exposición de dibujo hay algo que me sugiere una sospecha, algo que no me permite creer que la tarea del traductor4 se cumpla a cabalidad: el carboncillo no se adhiere a la pared, está puesto sobre ella. La superficie parece resistirse al pigmento, el diálogo se resiste, el fondo y la figura casi se repelen. Un único soplo es capaz de modificar el aspecto del dibujo. Los dos lenguajes a los que se recurre en esta exposición (la representación conferida en el dibujo) parecen reñir, parecen no complementarse en este nivel tan sutil. El carboncillo sin fijar sobre la pared me recuerda nuevamente a la relación que Walter Benjamin establece entre el lenguaje de la traducción y el original: acá el carboncillo no se entrega al tanteo, sino que cubre la superficie, forma pliegues y se arremolina remedando un referente. Como un manto sobre un cuerpo, no parece haber compenetración. El fondo se resiste a la figura. Las puertas están cerradas y se cierran. El dibujo, que es unos trazos de carboncillo aplicados directamente sobre la pared, apela a un contenido que quizás se encuentre encerrado en algún punto del arremolinamiento del carboncillo, en cada punto saturado. Como una tangente, el dibujo toca a la puerta, la traducción roza el original y definitivamente nunca alcanza a desencadenar esa otra cosa. Pero de cualquier manera, “ninguna traducción sería posible si su aspiración suprema fuera la semejanza con el original”5.

—Juana Anzellini

notas

1 Cita del texto de Walter Benjamin “La tarea del traductor”.

2 Paráfrasis del texto de Walter Benjamin “La tarea del traductor”.

3 En esta exposiciòn de dibujo las puertas estàn cerradas.

4 Léase dibujante.

5 Cita del texto de Walter Benjamin “La tarea del traductor”.